INTRODUCCIÓN: DISPUESTO A PAGAR EL PRECIO POR ESCRIBIR
I. ARTE Y CREACIÓN: LA AUTÉNTICA FORMA DE LA ESCRITURA
Quienes
creamos a través de la escritura nos aferramos a dicho acto como si nuestra
vida dependiera de ello. Pura adrenalina. Creamos para creer y viceversa.
Creamos para sumergirnos en nuestro propio remolino, naufragio que
retroalimenta una necesidad tan inmanente a nuestra esencia. Creamos para
abandonarnos en la corriente y salir indemnes; o no. Creamos para conquistar
nuevos territorios de libertad, apostando a todo o nada, y estando dispuestos a
perderlo todo por completo. Creamos para habitar otros mundos, al fin y al
cabo, el propio no acaba por colmarnos.
Concebimos
el arte desde la resistencia y la rebeldía. Somos seres presos de la
incomprensión, y en cada artista el sufrimiento de los cuerpos y del espíritu
se expresa a través del arte. Allí reside algo sagrado, algo cercano al
nacimiento de una verdad cuando se expresa esa voluntad desde la pasión, aquel
fulgor misterioso tan imprescindible al acto, que muta y permanece. Aquel
misterio incognoscible que nos lleva a considerar al arte y su ejercicio como
una maravillosa y placentera forma revelada, en pos de corregir la gris y
horrorosa realidad circundante. Las ideas, aquellas indispensables aliadas
que jamás nos abandonan, serán siempre un fértil instrumento para todo
escritor. Estimular la esfera motora de ideas es formar parte del fantástico universo
donde habitan las musas. Allí aguardan, agazapadas, justo a tiempo para
salvarnos del inminente abismo. Me gusta pensar en la escritura como un acto
intervenido, puesto a prueba, confrontado. Y compuesto de, al menos, tres
variables que rigen la ecuación: la escritura como campo de batalla, la
subjetiva realidad como medida de las cosas y el mundo alterno que habita todo
escritor.
II. HUELLA PERSONAL: EL DESEO Y LA PASIÓN POR LA ESCRITURA
COMPROMETIDA
Entre
soledades, inmersiones y abstracciones, allí se desarrolla la tarea que el
oficio impone, sin burocracias limitantes ni esquemas preestablecidos, pero con
un hondo deber moral. Tenemos el deseo de verter esa mirada poética sobre el
mundo y el inconsciente afán de intelectualizar estéticamente casi todo. Jamás
será liviano nuestro juicio de valor sobre aquello que nos rodea. Pensamos un
arte que suscite conflictos y tensiones, evadimos toda zona de confort.
Perseguimos la incorrección, nos sabemos disidentes. Concebimos la escritura
para canalizar nuestra intensidad, esa noción de valor que todo ser creativo
considera como una constante y no como una meta a alcanzar. A fin de cuentas,
la experiencia del arte devela el propio reflejo interior sin artificio. Esa
búsqueda generadora de deseo que se retroalimenta y descubre con fascinación
genuina todo hecho estético, salvaguardándonos de un mundo injusto por
naturaleza.
Existen
cuestiones innatas que traemos con nosotros y nos hacen más afines a cierto tipo
de sensibilidad creativa. Podemos percibirlo en nuestra capacidad de
conmovernos con determinadas obras, o en el modo de apreciar cierto lenguaje artístico
con suficiente nivel de detalle y profundidad, al cual el conocimiento técnico
luego termina por enriquecer. Si bien el estudio pormenorizado nos acerque
herramientas e instrumentos para descifrar los códigos y símbolos propios que
activa cada expresión en particular, también considero que interfieren otros
factores más intangibles como la curiosidad y el asombro. Que pueden agudizarse
y entrenarse, en tanto y en cuanto sea inagotable la propia capacidad para
hacernos preguntas acerca de cómo debemos observar de forma estética nuestro
mundo alrededor. De allí parte el desafío intelectual, más allá de las
apetencias y competencias que nos definan.
Cuestionar
y debatir los "porqué" de un sentido, comprender los vehículos
creativos en donde forma y contenido se amalgaman dentro de una obra. Es esa
preciada cualidad de conquistar en cada interrogante, no una respuesta
objetiva, sino canales de acceso a nuevas inquietudes que provean materia
fértil a nuestro conocimiento. De alguna forma, esa obra allí presente está
cuestionando la realidad, porque toda mirada, bajo su condición tan singular e
intransferible, corroe cierto paradigma. Sin fronteras que condicionen el viaje
de aprendizaje, sumando el goce estético a nuestra infinita curiosidad,
visualizaremos el profundo entramado que se dispone delante de nuestros ojos. Es
eficaz y comprobable, completaremos el acto interpretativo. Siempre será atractivo dilucidar, de la particularidad del
ejercicio artístico y del consumo cultural, las premisas que permitan la
articulación intelectual.
Toda
contemplación comprensiva, capaz de arraigarse en cualquier objeto de arte,
busca las formas de comprobarse a sí misma como validación del recorte teórico
que realiza sobre dicha concepción. Puedo
aplicar la misma síntesis, mágica e infalible, al acto escrito, en la más
provechosa forma de perfeccionar y conocer nuestro arte, superando y
expandiendo los límites expresivos del territorio que transitamos. La clave
reside en que esa virtud de búsqueda sobre una verdad no nos abandone jamás. Una regla no escrita que se aplica, asimismo, al acto de crear en
la absoluta libertad y que confiere al propio caos interior del artista.
Pensemos en el vasto territorio literario como espacio de expresión
expandida: la necesidad por la creación poética convierte a nuestra vida en
algo mucho más preciado y conmovedor; acaso en un punto cardinal insoslayable.
En lo estrictamente personal, lucho por sobrevivir en mi propia tierra extinta.
III.
SAGRADA LITERATURA: YO LECTOR, YO ESCRITOR
Escribir
es una pasión. Lo realizo de forma pulsional, cada día de mi vida. Es
indivisible a mí y es un acto sagrado, vital, que me conecta con mi creatividad
y deseo nato de comunicar. Parte de mi centro y de la condición de que los
seres humanos somos, conscientemente o no, máquinas narrativas en la quimérica
búsqueda de escribir el mejor libro que nos gustaría leer. La principal
motivación surge en la síntesis de lo que cultural o artísticamente pueda
sensibilizarte, y desde allí puedas trazar algún tipo de conexión intelectual o
estética que, indefectiblemente, coloca a través de tu propio tamiz de
influencias personales e íntimas cierta percepción que sale al mundo de otra
forma. Aquello que llamamos obra. Comunicar por medio de la escritura, en la
inmanente necesidad de revelar algo de esa magia que nos fue brindada, al
descubrir aquel objeto de arte que nos maravilló. Transformándolo a través de
la palabra escrita y buscando suscitar múltiples sentidos en cada potencial
lector.
Inseparable
me resulta la figura del lector voraz, y así se va tramando mi relación con la literatura,
desde aquel recuerdo proustiano, llegando hasta mis años presentes como
escritor. Existe algo mágico que despierta la curiosidad en un libro descubierto
en alguna biblioteca a muy temprana edad, revelando la puerta de entrada a un
mundo maravilloso. De tal manera se va labrando el vínculo, se nos revelan
libros totémicos y autores chamánicos que nos marcan por siempre, induciéndonos
a laberintos insondables, permitiéndonos ser parte de una experiencia esencial.
Irrevocable. Leer es un acto que nos da placer y cobijo, es un viaje a mundos
impensados, es estimular la imaginación, es colocarse bajo la piel de
personajes que, en tu vida cotidiana, no experimentarías jamás. Un mundo de
sensaciones en la era de la instantaneidad, vivimos saturados de estímulos
visuales y consumismo pasatista. La moda es lo efímero sin poder establecer
contacto, sin embargo, sigo buscando aquella mirada receptora que pueda
completar la lectura de un texto hasta su punto final. La pregunta es, ¿por qué
deberíamos querer abandonarlo tan pronto?
Luego,
existe el trayecto profesional y el lugar que me toca ocupar hoy. El tránsito
desde la escritura independiente y autogestionada no es un camino sencillo,
pero es un reto que vale la pena tomar. Los obstáculos que se nos presentan,
excediendo al oficio mismo y al camino creativo, nos ayudan a perfeccionarnos
en nuestra labor, a conocernos mejor como escritores, a superarnos, libro a
libro. De la mano de esta noción va la respuesta que suele asaltar el desvelo
de nuestro oficio: cuándo es el momento de soltar la obra, para que esta llegue
a un lector con el que podamos resonar. Sigo creyendo en mis métodos y
principios. Escribir es una necesidad vital, a la que me entrego con absoluto
compromiso. Producir un libro como un testamento cultural, con una mirada
estética sobre el mundo que me sensibiliza y deseo comunicar, se convierte en
mi primer e irrenunciable mandamiento. Traduciendo de la forma más precisa
ideas y convicciones; lidiando con aquella condición tan intrínseca al artista
que es la capacidad de satisfacción con la propia creación. Como seres en
perpetua mutación, sucumbimos la esquiva búsqueda evolutiva de equilibrio, un
proceso a menudo insostenible dentro del caos creativo que nos alberga. Pretendemos
escribir el mejor libro que podamos, y aspiramos a hacerlo mejor, mañana. Como
decía el mexicano Carlos Fuentes, simplemente porque no podemos hacer otra:
escribimos para no morir.
IV. GÉNESIS DE MIS RELATOS SALVAJES:
BELLEZA Y CONFLICTO CONVIVEN EN EL ACTO POÉTICO
Apreciar
la poesía lírica, entendida como la forma literaria que expresa
tradicionalmente un sentimiento intenso en su profunda reflexión, imbrica
sendas ideas como manifestaciones de la experiencia sensible del autor. Tal
cosmovisión nos habilita a tantos posibles caminos de comprensión como a
fervorosos lectores dispuestos a acompañarnos en la aventura. Desde su
etimología, se concibe la poesía, en su composición, como el acto de adopción,
fabricación y obtención de belleza estética de la palabra, entendido en la
acción urgente e inmanente que se precipita en escritura de ideas, palabras e
imágenes. Desde Homero, Platón y Aristóteles, grandes referentes de Antiguo
Occidente en la primigenia concepción poética representada hasta el
romanticismo presente en obras de Aloysius Bertrand o el factor testimonial en
Arthur Rimbaud. Desde el simbolismo evidente en Walt Whitman al lirismo
incontenible en Charles Baudelaire. Desde el vanguardismo de Oliverio Girondo a
la experimentación extrema de Stéphane Mallarmé. Rasgos precursores e
hibridación. Inconformista y mutante, la poesía ha sido un refugio, hecho de
tinta y pensamientos, expandiendo sus fronteras en sus diversas concepciones y
destinado a ser habitado por todos aquellos que engendran y gestan mundos de
letras y sentidos tramados en imágenes y sonoridades evocadoras, como una
impostergable forma de
pronunciarse.
El
poeta encuentra el significado y comprensión de su arte como visión diversa que
unifica el sentido de contemplar la vida, lo bello, lo conflictivo y también lo
doloroso, a través del prisma que tamiza cada existencia. Todo escritor
construye posibles paradigmas para apreciar la complejidad del mundo que habita
y los vínculos de los que forma parte. Debate su mirada, a veces
oculta, en otras falible, tan sufriente como amorosa; hecha de fragmentos de
ideas, de pensamientos y reflexiones, en un intento de encontrar respuestas a
inquietudes introspectivas. Deslizándose a través de esas grietas imperfectas
que conforman su espejo interior, se expresa en una alianza sensible de empatía
emocional con el lector, en búsqueda de descubrir los velos de sus propias
dudas e incertezas.
v. ESTO
LO ESTOY ESCRIBIENDO MAÑANA: UNA NARRACIÓN COMO UN DICTADO DEL ALMA
Podríamos
reformular la máxima sellada por Julio Cortázar en "El Perseguidor" (1959) y aquello de
'esto lo estoy tocando mañana': la simbiosis entre el jazz como representación
melódica de su parecer literario y su consecuente validación poética. Un
disparador para la inspiración, como prólogo a la imperiosa y apremiante
necesidad de redactar estas líneas y las más cercanas, en un futuro próximo.
Conformando la laberíntica trama de este pensamiento vertebrado en relatos seriados en forma de prosa poética, es como nace “ESTO LO ESTOY ESCRIBIENDO MAÑANA”, un proyecto poético y visual que se construyó, como un compendio de fragmentos cautivos, bajo un mandato: escribir desde la febril urgencia, tensando la cuerda de aquel ardiente llamado de la vocación por la escritura. Irrenunciable, irrefrenable, incontenible.
Palabras,
viejas aliadas, desencadenadas sobre la hoja de papel, en necesaria desmedida
cadencia. Reflexiones como meditaciones y pequeñas historias como metáforas,
lanzadas al aire sin creer en el azar, más alivianando todo el peso de aquello
que es imperioso dejar partir. Soltar para no quebrarse a sí mismo. De ser
necesario, apreciar cada acto poético como un sacrificio. Un ejercicio de
escritura fragmentada y consciente, con la firme convicción de pensar el mundo
de hoy; también de imaginar la infinitud de otros posibles. Rimas o
ausencias de ellas y personalísima visión de la belleza, para provocar la
sensorialidad literaria y la identificación íntima en cada destinatario. No
resulta un hecho intelectual menor saborear el paladar de todo lenguaje en
transformación. Mi profundo deseo es, querido lector, compartir este personal
camino de arte, observación y reflexión.
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